"ALAS: UNA VISIÒN DE LOS 90'S" UN FRAGMENTO DE MI NOVELA, DEDICADA A LAS MUJERES QUE SABEN VOLAR, PORQUE SI NO SABEN VOLAR ... PIERDEN EL TIEMPO CONMIGO, COMO DIJO MI ABUELO LITERARIO, OLIVERIO.
Miguel, le gritaba a Luzbel en el ocaso de sus fuerzas.
- A ver, cabròn, escupe, escupe todo ese fuego helado con el que acostumbras amenazar cuando tienes miedo.
- No me retes Miguel, recuerda las veces que te dejè llorando con un chipote en la cabeza, no me vengas con tus pendejadas ahora ...
- Cobarde, eso es lo que eres, cada chichòn fue pura y absoluta traiciòn, me caìste tantas veces por la espalada que deberìa darte verguenza recordar eso.
Misael, el màs pequeño de los àngeles de la tierra escuchaba aguantando la risa, su poca experiencia se compensaba con la furia desmedida y sus jovenes fuerzas; pero, en ocasiones como esta, parecìa un niño que salìa al recreo.
- "Hijoles" Luzbelito, te caè que le tenìas tanto miedo a este babosote que te escondìas detràs de los àrboles, para darle de palazos.
Luzbel, no pudo contener su odio y con la mirada fiera lanzò una enorme bocanada de fuego al niño, que brincò con fuerza desplegando sus àlas para que no lo quemara, eso si. Sin dejar de reirse de Luzbel.
Pero, la verdad, es que todo esto era solo un juego comparado con la furia tan intensa con la que luchaban mis viejas. Rafaela, mejor conocida como "La Talachas", era una perrucha, el mismo Miguel le hablaba con mucho cuidado en sus dìas (de oraciòn, no mamen) sus ojos negros eran; noche de oscuros mares, termino de conjunciòn de todos los colores, racimo de maduras uvas, sangre molida que produce unos labios sedientos del final de dos cuerpos que piden màs ... mucho màs.
Era un agasajo ver a Rafaela, dominando a Cassiel, un àngel de fastuosas proporciones; de caderas frondosas y senos plenos y ergidos. Ella, con sus dedos imposibilitados a separarse debido a una meta comùn, hundirse una y mil veces en el vientre de su contrincante. La roja boca de Rafaela se incendiaba, y con ella, toda ella. Sus venas despertaban. Cuando Rafaela, luchaba o hacia el amor, Rafaela azulaba. Ella, a diferencia de Miguel, gritaba toda clase de injurias, que parecìan sapos y culebras saliendo de su boca, ya mil veces habìa sido castigada en el colegio de àngeles guardianes por su discurso arrabalero no propio de un custodio, pero, era tan coincidente que la Rafles, siempre terminaba cuidando a algùn maleante en cualquier barrio pobre y peligroso del mundo ¿què le vamos a hacer? hablaba en todos los tonos, colores y maldicones que existian, su cara de niña y su boca de camionero.
Y, yo, en inùtiles esfuerzos luchaba por liberarme. La fuerza de mi distra calcinada era nula. En un intento final sujetè la espada opresora y comencè a levantar mis àlas; respirè ... exhalè, una y otra vez, tratando de relajarme. Me di cuenta, en ese momento, que, lo ùnico que me iba a sacar de ahi era mi desesperaciòn y mi furia, asì que, de nuevo, apretè mis àlas, estas, mal centradas se trababan en el punto en que el ariete incandecente me convertìa en uno con el piso. Un nuevo esfuerzo inùtil, respirè ... iniciè de nuevo, y justo cuando la espada empezò a ceder, los cuerpos movedizos de Rafaela y Cassiel, pasaron como una locomotora sobre el mìo hundièndola de nuevo.
- !Me carga la chingada! ! par de histèricas! vayan a reprimìr su homesexualidad a otro lado.
La batalla continuaba, tambièn, en el àmbito masculino. Azrael, cada vez màs enaltecido por su eminente victoria sobre nosotros, los protectores de Jesùs, vociferaba sobre mi y mis vanos intentos por levantarme. No llegò demasiado lejos, sus pasos sobre sus perdidas huellas se toparon con una muralla alada de cabeza ardiente que amenazaba cn crearle un nuevo espacio entre las costillas.
- Què suerte tuviste Gabrielito - dijo Azrael - te salvaste por una plumita. Solo me faltò acertarte el golpe final; pero, aun mejor, ahora lo puedes compartìr con este atajo de pendejos, còmo me gustarìa que te viera tu jefe, tus mil heroicos àngeles del cielo, còmo me gustarìa poner esta imagen en una postal y despuès pegarla en cada rincòn del cielo, que todos vean las dificultades que encontraste en esta tierra por siglos repartida, èl, me diò el derecho de promulgar la ley con mi palabra, ahora !yo soy la ley! Nadie va a arrebatarme el reino del hombre. Ellos y sus pecados son mìos ... solo mìos.
El, tenìa razòn. Es un gran guerrero, no duda en desprenderle la cabeza a nadie. Su diestar es diestra, su incendiada arma son veinte ejercitos rabiosos, sus àlas eran tan grandes que en su despliegue se oscurecìa hasta el sol de medio dìa ... pero; si bien lo respetaba, no le temìa.
- Lo ùnico que es tuyo, es la pinche madriza que te voy a dar en cuanto me pare de aqui, cabròn.
El solamente reìa. Yo tambièn.
SALUDOS.