Saturday, August 14, 2010

EL TIEMPO, EL TRABAJO, LA VIDA Y LA MIERDA Y MEDIA. NI SIQUIERA TE PERMITEN VIVÌR LA PARTIDA (A MENOS QUE ESTA SEA DE MADRE) Y EL DUELO POR UN SER QUERIDO QUE DEJA ESTE SOMBRÌO MUNDO. UNO DE MIS PRIMEROS MAESTROS DE BOXEO, NOS ABANDONÒ CON LOS GUANTES PUESTOS HACE UNOS MESES. DESDE MI DOLOR ... MI CARIÑO Y RESPETO ETERNOS.


EL TIPO DURO (A MI MAESTRO NACHO LOREA).

Desde niños, todos tenemos en la mente la idea de encontrar un hèroe, que nos proporcione la seguridad de la que adolecemos cuando vemos el mundo demasiado grande y amenazador para enfrentarlo. Cuando llegamos a la adolescencia, los dragones gigantes se convierten en lo que siempre fueron: vulgares molinos de viento, pero nuestra idea de hèroe, no queda tan lejos y es cuando vemos con admiraciòn y respeto, a ese que por las calles le llaman “el tipo duro”. Ese que regularmente tiene el ceño fruncido, las cejas rotas como huellas de mil batallas, los nudillos marcados por dos o tres sonrisas quebradas y una mirada penetrante que llenò de miedo a sus adversarios y de bajas pasiones a las mujeres que tanto admiraban sus aventuras.
Yo, toda mi niñez, estuve tirado en el suelo de un minùsculo departamento dibujando a mis hèroes, algunos gestados por otras imaginaciones, otros pocos llevados a cocciòn en mi cabeza. En la adolescencia, si bien nunca fuì el clàsico nerd (tanto por mi tamaño como por mi mal carácter) no era de eso muchacho que en la secundaria, dejaba sin su torta a los màs pequeños con “look” de ratones de biblioteca. Casi todos los tipos duros que conocì en ese tiempo fueron cobijados entre las pàginas de libros de espadachines, piratas, caballeros andantes, boxeadores y ladrones de barrio. En ese tiempo fue que pasè de delinear las formas en un caballete a narrar sus aventuras sobre una màquina de escribìr. Es por ello que en mis “pocos veinte”, estaba màs emparejado al gran maestro de la literatura Ernest Hemigway, por escribìr cuentos que por subirme a un ring a intercambiar puñetazos con un contrincante. Conocì al “tipo duro” ya muy entrado los años, tanto los suyos como los mìos. Èl, ya peinaba canas y yo estaba en casi la edad en la que la mayorìa de los boxeadores se retiran, era un hecho, ya nunca (por lo menos en esta vida) iba a poder ser campeòn walter de boxeo, pero, esa ausencia de ring, del sonar de la campana y del “club de Toby” en cada esquina, aùn dolìa en mi y por motivos puramente literarios, querìa saber, tal como Hemigway, lo que se sentìa desafiar la inspiraciòn, no solo esgrimiendo la pluma, sino, tambièn, soltando las brazadas precisas para pescar una mandibula con un fuerte volado de derecha. Querìa boxear. Querìa ser un escritor-boxeador. Eso querìa antes que el tiempo me noqueara en el ùltimo round … y eso, ya estaba muy cerca.
La bruma caìa densa ese diciembre capitalino. Caminaba bordeando el lago de Chapultepec, ahora, en recuerdos, tiemblo de emociòn al tener una imagen tan clara de la primera vez que vi a don Nacho. El tipo duro, estaba sentado sobre sus manoplas en la banca del fierro colado. Nadie pensarìa que Ignacio Lorea, ese hombre entrado en años, de cabello cano y sonrisa franca y amable, era un agarrido deportista y un dedicado entrenador: futbolista y boxeador, entre otras disciplinas, pero, por sus propias palabras, fueron en las que màs se desarrollò: fuerte, orgulloso, lleno de deseos de triunfo, no solo en el ring, tambièn en la vida cotidiana, para èl, solo existìa ganar y en ello no solo iba la misiòn atlètica, sino tambièn personal: “Ni modo que ese wey te vaya dejar en la lona, campeòn, para que todos te miren tirado y se rìan. No, tù te mueres en la raya porque, aquì … yo solo tengo campeones, si no puedes, solo tienes que irte un poco màs a la derecha, ahí vas a estar bien”. Aùn no me habìa enseñado a levantar la guardia, ni el jab, ni el cruzado, mucho menos el upper cut, ni las ocho combinaciones de golpes, cuando ya habìa dejado en mi lo màs importante del pugilismo, eso por lo que somos famosos los “bofes” mexicanos en todo el mundo. “Tù eres un campeòn y te mueres en la raya”. Ahora, poseìa lo màs importante, lo demàs tan solo era pràctica y con don Nacho, fue de lo màs divertido.
El tipo duro, era el hombre màs espontaneo y divertido. No necesitaba hacerse el malo en todo momento para lograr admiraciòn y respeto. Aùn puedo escuchar su “Buenos dìas” con una graciosa entonaciòn que cambiaba segùn la persona a la que se la obsequiara: Viejos conocidos que paseaban con sus perros, guapas muchachas que corrìan y lo miraban coquetas, comerciantes de galletas de animalitos para darle de comer a los peces del lago o la policia tìpica vestidos de charro y a caballo. Ese “Buenos dìas” era un canto a la vida, un homenaje, un educado coqueteo (a veces no tanto), una costumbre que se tranforma en ley, una descarada e ingeniosa burla. Era tan fuerte su saludo como en algùn tiempo fue su jab de izquierda, con el que ganò tantas peleas, ya que, como me comentò alguna vez en el gimnasio Nuevo Jordan, mientras se burlaba de la lentitud de mi izquierda en jab y entrada en gancho, nunca tuvo bien su mano diestra y en vez de preocuparse por ella, ganaba todas sus peleas con la mano zurda, tal como dice el famoso refràn boxistico: “El boxeador, es tan bueno, como su mano izquierda sea” Don Nacho, era muy bueno.
Hoy, que, seguro estoy que el tipo duro me mira desde lejos, me doy cuenta la deuda tan grande que tengo con èl. Logrò convertìr a su viejo alumno en un deportista eficiente para medirse en el ring con cualquiera de su categorìa. Le enseñò a su viejo alumno, que el triunfo se alimenta de orgullo y dignidad, de no dejar que nadie pase sobre tì. Le enseño que todos los sàbados y domingos, bordeando el lago de Chapultepec, este viejo alumno tiene otra familia que se reune en la misma banca de fierro colado donde èl se sentaba, a tirar madrazos a mansalva y risas y burlas donde todos somos vìctimas y vìctimarios. Enseñò a su viejo alumno … y no solamente a mi, somos tantos, quienes tenemos que agradecerle a Nacho Lorea. Tantos que miramos cansados al cielo despuès de tirar una serie a las manoplas de Hugo u Osvaldo, con los guantes en las manos y lo extrañamos, tal como dijo Alberto Cortèz: “como se extraña a un amigo”. Creo que ese niño que fuì, dibujaba a don Nacho, como su heroe. Creo que ese joven que fuì, leyò y escribiò de don Nacho, como el Tipo duro. Creo que ese adulto que soy ahora, està agradecido de haber encontrado su Obi Wan, su Gandalf, Su Diego Alatriste, en ese San Ignacio de Loyola, regiòn 4, que siempre supo que los dragones gigantes o los vulgares molinos de esta vida, se enfrentan con valor, humor, honor y un “rolling de tres golpes con salida”. Algunos nacen con suerte, algunos nacen bellos, algunos son ricos herederos. Yo, tengo la fortuna que, en este mundo, he tenido los mejores maestros.

Gracias don Nacho, lo voy a extrañar siempre.

Gabriel Rojas-Carrillo.
Escritor y Guionìsta televisivo.